lunes, 23 de septiembre de 2013

Murillo



Como mis compañeras de museo de este año pasado bien saben, he emprendido desde hace un tiempo una campaña “pro-Murillo”. Todo comenzó por un curso de verano en el Museo del Prado al que asistí. He de confesar que al comienzo no estaba muy interesada en el tema, pero me apunté principalmente por dos razones: en primer lugar porque Murillo era uno de los temas de las oposiciones que estaba estudiando en ese momento; y en segundo lugar porque el curso era barato.

Yo, al igual que mucha gente, pensaba que Murillo era un buen pintor –de eso no se podía dudar- pero un tanto secundario, nada comparable a los grandes maestros de la escuela española. Lo que más me rechinaba de su obra era su iconografía: las escenas de “San Juanitos” y “Niños Jesuses” demasiado acaramelados para mi gusto y que aparecían en cualquier estampita de abuela. Además, siempre relacionaba sus cuadros con el amarillo, un tono ocre que aparecía en todas sus obras y que me repelía visualmente.

El curso se había organizado con ocasión de la exposición "Murillo y Justino de Neve: el arte de la amistad" y asistieron como ponentes muchos de los grandes expertos no sólo en la obra de Murillo sino también en la pintura del Siglo de Oro: Enrique Valdivieso (catedrático de la Universidad de Sevilla), Manuela Mena (hablando de los dibujos de Murillo, una de mis grandes sorpresas) y Peter Cherry (reconocido experto en pintura española), entre otros.

La intención primera del curso era tratar la relación entre Murillo y Justino de Neve, la cual dará lugar a la mejor producción artística del pintor sevillano, de un gran alto nivel artístico, como pude comprobar personalmente. Pero además, todos y cada uno de los ponentes realizaron una defensa de la obra de Murillo. Como fueron indicando a lo largo de las dos jornadas que duró el encuentro, a partir del siglo XIX a Murillo se le había empezado a tachar de pintor incorrecto, con grandes errores compositivos en su obra, y también de soso, blando, con temas muy sentimentales.

Por lo que respecta a las incorrecciones de su obra, éstas no son tales. En la Historia del Arte es importante estudiar las obras en su contexto para poder entenderlas adecuadamente. Muchas de estas obras que habían sido calificadas como incorrectas, una vez situadas en el sitio original para el que fueron realizadas, se ha visto que no lo son tanto. Por ejemplo, la serie de lienzos que realiza Murillo para la Iglesia de Santa María la Blanca, cuando son vistos de frente presentan una composición extraña. Sin embargo, una vez que se tuvo en cuenta que dichos lienzos estaban pensados para ser vistos a una altura de 20 metros todo cobró sentido: la perspectiva se vuelve coherente y el conjunto adquiere armonía.

B.E. Murillo. Fundación de Sta. María la Mayor (I): El sueño del Patricio Juan. 1664-1665. Museo del Prado.
En cuanto a su programa iconográfico, hemos de entender que Murillo es un pintor fruto de un tiempo nuevo y esto se refleja en su pintura. Desde mediados del siglo XVI en la pintura religiosa española había predominado el tema del martirio. En este momento, y en concreto en la ciudad de Sevilla que había sufrido la peste de 1649, se muestra reacia a esas representaciones tan trágicas. Murillo será quien renueve la iconografía, creando unos temas mucho más tiernos y amables. Será Murillo quien difunda la iconografía de la Inmaculada, de la Sagrada Familia, del San Juan Niño… Temas de excesiva blandura, pero que era lo que pedía la sociedad del momento.

Por último, otro de los aspectos que ya he mencionado que me disgustaban de la obra de Murillo era el color amarillento de sus obras. Este “defecto” tiene una explicación mucho más simple que las anteriores: una mala conservación. A lo largo del tiempo se les había aplicado a las pinturas unas capas de barnices que, aunque tenían la función de conservar la pintura, con el paso de los años fueron amarilleando y ocultaron los verdaderos colores de la obra. Una vez restaurados, los cuadros han recuperado toda su calidad, y  muy especialmente aquellos de su época de madurez, caracterizados por una atmósfera más vaporosa y un colorido fruto del estudio de las colecciones reales de Madrid.

Me gustaría poder hablar aquí también de su faceta como dibujante, tratada por Manuela Mena durante el curso, pero me llevaría a extenderme demasiado y posiblemente lo trate en otra entrada al hablar del dibujo español del Siglo de Oro. Sin embargo, os dejo aquí uno de mis preferidos para que podáis haceros una idea.

B.E. Murillo. La anunciación. c. 1650. Museo del Prado

Con esto no pretendo que a partir de ahora todos tengamos a Murillo como uno de nuestros pintores favoritos, pero espero que haya contribuido a mejorar nuestra opinión sobre su obra.
Y para concluir, dedico esta entrada a todo el equipo FAMP, que tan pacientemente me han escuchado y soportado en mis momentos de campaña “pro-murillista”.

Almudena Ruiz del Árbol

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