miércoles, 30 de octubre de 2013

El castigo eterno

Una de las formas mejores y más interesantes de conocer una cultura es adentrarse en sus creencias, y en concreto en su visión del "más allá", de las recompensas y castigos que se pensaba las personas encontraban tras la muerte.

En el caso de las culturas antiguas, se puede conocer la evolución de una sociedad por los cambios que experimentan sus relatos mitológicos, que siempre se adecúan a los valores morales que se predican en cada momento.Por ejemplo, el hecho de que en el yacimiento de una determinada población se encuentren restos de sepulcros o tumbas significa que en esa cultura se creía en una vida tras la muerte, lo que llevaba a preservar el cuerpo de los seres queridos.

En la mitología grecorromana ya en época Arcaica se comenzó a creer que las personas al morir no se quedaban en la tierrra, sino que viajaban a otro mundo. Por esa razón, al enterrar a sus difuntos les ponían en la boca una moneda que les serviría para pagar el viaje en la barca de Caronte por la laguna Estigia hasta el Infierno.
 
J. Patinir. Paso de la laguna Estigia. 1519-1524. Museo del Prado

Desde nuestra concepción actual puede sorprendernos que hablemos de "infierno". En la cultura grecorromana no existía al comienzo una concepción moral sobre la vida después de la muerte: todos los difuntos iban a para al Inferno, también llamado Hades. Sin distinciones.

Como es lógico, con el tiempo esta concepción va cambiando. Será Homero el primero en hablar de dos regiones en el Inframundo: la Isla de los Bienaventurados, a donde sólo accedían los grandes héroes; el resto seguían yendo al dominado "Hades democrático", un lugar igualitario y triste.

Aunque Homero introduce un cambio, salvo los héroes todas las personas, independientemente de su comportamiento en vida, de sus vicios o virtudes, acaban llegando a un mismo lugar, lóbrego y oscuro, sin distinciones de ningún tipo. Como es lógico, esta concepción fue cambiando con el tiempo y de este modo se van creando en el Infierno pequeños recintos donde se podía vivir mejor y a los cuales llegaban los iniciados en determinados misterios salvíficos, como los dionisíacos y los órfico-pitagóricos. Estos escogidos vivían en el palacio del dios Hades, custodiado por el perro Cerbero. Es la primera vez que se le otorga un carácter ético a los infiernos.


De entre las almas que habitan el Infierno grecorromano, ocupan una posición destacada los llamados "grandes condenados": aquellos que habían sido merecedores de un castigo eterno por haber osado enfrentarse a los dioses. Estos castigos tenían además como objeto servir de ejemplo aleccionador a los vivos.

Uno de estos condenados era Sísifo. A lo largo de su vida enfureció a los dioses en varias ocasiones, pero uno de sus mayores errores fue encerrar al genio de la muerte para evitar su marcha al Infierno, y por tanto nadie más falleció en la tierra durante ese tiempo. Además, le reveló al dios del Río dónde estaba escondida su hija, que había sido secuestrada por Zeus. Por todo esto, los dioses le condenaron a pasar la eternidad trasladando una gran piedra a lo alto de una montaña. Pero, en el momento en el que alcanzaba la cima, la piedra caía rodando colina abajo y tenía que empezar de nuevo.

Otras condenadas fueron las Danaides, castigadas por matar a los 50 hermanos que las perseguían para casarse con ellas. Su casatigo consistió en tener que llegar de agua una gran tinaja de barro sin fondo.

Martin Johann Schmidt. Las danaides, 1785
Hay un aspecto de estos castigos que no se menciona expresamente pero que se puede leer entre líneas. Al leer estos relatos uno se pregunta: ¿qué es lo que les lleva a las Danaides a persistir en su tarea cuando saben que es imposible? Sabiendo que nunca van a poder lograr su objetivo, lo más lógico sería que se desistieran y se sentaran a contemplar el paisaje. Pero no, ellas siguen intentando llenar la vasija, al mismo tiempo que Sísifo remonta el ascenso con su gran piedra a la espalda. 

Esto nos lleva a pensar que los dioses, al imponer el castigo, posiblemente prometen al condenado su liberación a cambio de que cumpla la tarea que se le asigna. Y aquí es donde se muestra la crueldad de las deidades: se deleitan en su venganza viendo cómo los condenados se aferran a esa promesa de redención, sabiendo perfectamente que nunca lo conseguirán.


Siglos después, en el Renacimiento muchos escritores retomarán esta concepción del castigo eterno y lo utilizarán en sus propios relatos. Un ejemplo lo encontramos en el relato del Decamerón de Boccaccio, en el que narra la historia de Nastagio degli Onesti. Nastagio, un joven de Rávena, está profundamente enamorado de una joven, pero cuando le propone matrimonio ésta le rechaza. Sumido en una gran tristeza abandona la ciudad y se adentra en el bosque, donde de pronto aparece un jinete persiguiendo una mujer a caballo. Al darle alcance, el caballero abre en canal el cuerpo de la mujer y arroja sus órganos a los perros. Nastagio, horrorizado ante la escena, le pregunta a qué se debe su comportamiento. El hombre le cuenta que él también estuvo enamorado y ella le rechazó, lo que le llevó al suicidio. La joven no se conmovió ante su desgracia, así que una vez en el Infierno ambos fueron castigados a repetir dicha persecución cada viernes por tantos años como meses ella le había ignorado.

Sandro Boticcelli. La historia de Nastagio degli Onesti, h. 1483
Nos encontramos de nuevo con la condena de repetir eternamente un castigo. Aunque, en este caso, el joven Nastagio le sacó provecho: a la semana siguiente organizó un banquete con la familia de su amada en el mismo bosque. Al presenciar la escena de la persecución, la joven decidió cambiar de opinión y aceptó su propuesta de matrimonio.

En esta ocasión sabemos con certeza que el relato cumplió su fin aleccionador: se cuenta que las jóvenes damiselas de la época estuvieron mucho más dispuestas al matrimonio después de leer la narración de Boccaccio.



Almudena Ruiz del Árbol Moro


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